
Esta es la época en la que podemos ver la fascinante gestación de un elfantito en el utero de su madre y la más horrible muerte en los mercados de Bagdag, siempre más cruda que el día anterior... Todo cabe etre la tostada y el zumo del desayuno.

Hoy he visto una pizca diminuta de algo que me ha llenado de pura alegría emplumada.
Iba yo caminando por la tumultuosa calle Alcalá de Madrid, a eso de las 2 de la tarde, haciendo tiempo durante la pausa de curro, apretado por un torrente de chaquetas de Bersache, pantalones con raya, y polos con el cocodrilo, cuando he reparado en una señora de pelo blanco, sentada en una caja pequeñas dimesiones, en la cual podía leerse el siguiente rotulo: " frágil"
Hasta la cintura ,practicamnete, le llegaba el palido cabello. Su cuello esbelto y alagado oscilaba levemente. Tenía los ojos negros como el azabache y lucia una tez blanca como el corazón de una almendra.
El gesto de aquella mujer, era una extraña mezcla entre dulzura y melancolía. Pero las palabras que mejor la describían, eran las que estaban escritas en la caja. En su mano sujetaba un bastón astillado.
La mujer permanecía apostada al lado de las puertas de un taller, justo en medio, de una gran comitiva de distinguidas palomas, que caminaban con ademanes señoriales, haciendo que los transeúntes tuvieran que improvisar extrañas piruetas, para no llevárselas pegadas a los mocasines.
Especialmente extrañado me estaba dejando la ropa de la dama. Aparecía llena de remiendos, conformando espacie de collage de prendas de todas épocas, cuando de pronto y sin mediar aviso ha irrumpido un porche negro en la acera, enfilado en dirección a las puertas del tayer. Las palomas han salido volando. Una de ellas algo patizamba a intentado esquivarlo, pero no le ha dado tiempo. Sólo se ha escuchado el sonido de su débil cuerpecillo bajo el vehículo y la acera.
Nadie se ha dado cuenta. Yo he me he girado, buscando el refugio de los ojos de la señora, pero había desaparecido junto con la muleta. Ya sólo quedaba su improvisado asiento de cartón con su rezo impeso en tintas azules.
La caja tenía las tapas levemente plegadas hacia el exterior. Me he acercado despacio al embalaje como si buscase a una liliputiense con el cabello blanco y vestida a trocitos, pero antes de asomar la cabeza, un extraño ruido me ha sobresaltado: En la caja se escuchaban extraños chasquidos y algo que parecía como un frenético aleteo.
He terminado de abrir la caja y exactamente la misma paloma que había sido impunemente atropellada, ha levantado el vuelo suavemente, con su cuerpo blanco inmaculado, en perfectas condiciones y se ha elevado hacia el cielo contaminado, hasta pederse en la miopía de mis ojos, cerca de una brecha azul, que había vencido a los grises nubarrones.
Ni que decir tiene que me he quedado con cara de tonto un buen rato. Me han entrado ganas de llevarme la caja al trabajo y después a casa, pero la magia había sucedido ya no estaba allí dentro.